Tal vez nunca te hayas drogado, pero Hunter S. Thompson, en su novela mítica «Miedo y Asco en Las Vegas» describe esa sensación de forma tan delirante, cómica y angustiosa que parece que estés experimentado «el viaje» mientras la estás leyendo. Es un escritor SENSACIONAL. Amo la literatura y me aficioné a ella gracias a todos los autores que estoy mencionando en este blog. Os esperan muchos más, así que suscribiros.
En mi novela Necesitamos Un Cambio, hay un personaje llamado Dan obsesionado con Las Vegas. Esa obsesión me la transmitió Hunter S. Thompson y éste es mi homenaje.
«- Echa un vistazo a esa botellita marrón que hay en mi estuche de afeitar.
– ¿Qué es eso?
– Adrenocromo – dijo -. No necesitas mucho. Basta una pizca.
Cogí el frasco y metí en él el extremo de una cerilla de cartón.
– Con eso basta – dijo -. A su lado, la mescalina pura parece una simple gaseosa. Si te pasas tomando, te vuelves completamente loco.
Lamí el extremo de la cerilla.
– ¿Dónde conseguiste esto? – pregunté -. Esto no puede comprarse.
– Es igual – dijo -. Es completamente puro.
Moví la cabeza con tristeza.
-¡ Dios mío! ¿A qué especie de monstruo te echaste esta vez de cliente? Esta sustancia sólo tiene una fuente posible.
Asintió.
– Las glándulas adrenalínicas de un ser humano vivo – dije -. Si se lo sacas a un cadáver no sirve.
– Lo sé – contestó -. Pero el tipo no tenía dinero…
Empecé a sentir los efectos de aquello. La primera oleada fue como una combinación de mescalina y methedrina. Quizá debería darme un chapuzón, pensé.
– Sí – decía mi abogado -. Hasta un hombre lobo tiene derecho a asesoramiento legal…
Cabeceé, casi incapaz de hablar ya. Sentía el cuerpo como si acabasen de conectarme a un enchufe de 220…. Estaba tan colocado que las manos arañaban sin control el cobertor de la cama, y tiraba de él mientras le oía hablar.
– ¿Quieres terminar de una puta vez esa historia? – mascullé -. ¿Qué diablos pasó?
– Me parece que necesitas otro trago – dijo nervioso -. Demonios, esa cosa te ha pegado fuerte, eh.
Intenté sonreír.
– Bueno… nada grave…no, sí es grave…
Apenas podía mover las mandíbulas, sentía la lengua como magnesio ardiente.
– No… no hay por qué preocuparse.
– No, no hay por qué preocuparse – silbé -. Pero si pudieses… echarme a la piscina, o algo así…
– Maldita sea – dijo -. Tomaste demasiado. Estás a punto de explotar. ¡Dios mío, qué cara tienes!
No podía moverme. Estaba ya paralizado por completo. Tenía contraídos todos los músculos del cuerpo. No siquiera podía mover los ojos, y menos aún girar la cabeza o hablar.
– No dura mucho – dijo -. Lo peor es el primer chupinazo. No tienes más que dejar que pase. Si te metiese ahora en la piscina, te hundirías como una piedra.
Aquello era la muerte. Estaba convencido. Parecía que ni siquiera los pulmones me funcionaban…»
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